Libros usados

Soy inmigrante, vine sola desde el otro lado del océano y los primeros años fueron más duros de los que pensaba.
Me iba muy bien en mi país, tengo familia y amigos que quiero y me quieren. No vine huyendo de la precariedad ni buscando una “mejor calidad de vida”, mi aventura fue voluntaria, un desafío personal.
Los primeros trabajos que conseguí fueron en hostelería, le debo mucho a la restauración. Como no requería un trabajo intelectual, luego de plegar, llegaba a casa y me encontraba resignificando la soledad. Con mis primeras propinas compré libros usados, tenía una hucha especial para ellos. La hostelería (el trabajo en equipo) y los libros han sido mis salvavidas durante los primeros años.
Los personajes de ficción y los autores eran mis amigos y enemigos; mi habitación sin ventana al exterior, centro de todos los escenarios posibles. Los pensadores y ensayistas, mis interlocutores. Me hacían sentir en compañía y me mantenían (un poco) alejada de la locura.
En un momento donde es casi imposible tener casa, mi capital y mi hogar son los libros.
¿El saber pesa? Me he mudado de casa 10 veces en 7 años, pero más del triple de veces de forma de pensar.
No hay palabras para abarcar lo que se siente al leer el libro indicado en el momento indicado;
es una toma del cuerpo, un terremoto en la mente y un tornado en la emoción.
Celebro a los autores y los segundos autores que son los lectores. Brindo por este objeto precioso de aroma inigualable que nos permite conectar; la lagrima y la risa que se disparan al tiempo por saber que un otro, en otra parte del planeta, ya lo pensó, lo pensó distinto o parecido, lo sintió… la misma cosa le ocupa el corazón.
Festejo junto a los trabajadores del libro, la cadena vital de manos y mentes que hacen que hoy, cuando es tan necesario, nos mantengamos más cerca, generación tras generación, de este o del otro lado del océano.

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