Volvemos a nadar

Nadie le gana a mi viejo en el tetris del maletero que inaugura el verano. Éramos 5, fuimos 6, luego 8, ahora somos 10.

La pradera y el celeste, el olor a zorrillo y las cuatro ventanillas abiertas que hacen que los pelitos recién nacidos en la cabeza bailen rocanrol todo el camino.

Investigamos la casa rentada, es una nueva, es una que ya conocemos. Agüita para Samuel que tambalea por las dos pastillas envueltas en una rodaja de jamón dulce que mamá le dio antes de salir de Montevideo.

Nos movemos por la casa como si mañana fuese a llover. De repente, parecemos miles y todo es un baile de trajes de baño, prensa, sillitas, lonetas y tuppers con sandía y melón.

Salimos cargados, con pechito erguido y olor a Hawaian Tropic. Las tan feas hortensias quedan atrás con Samuel mirando por la reja de la portera de madera.

Los pies que queman aunque levante la pierna bien alto antes de pisar. Buscamos el hueco perfecto y ahí mi hermano hace el pozo más hondo. Nunca se nos voló una sombrilla y, al menos dos veces en la tarde, esperamos el comentario de mi viejo a los “pelotudos” que no la clavan bien y a los argentinos que se nos sientan a menos de dos metros de distancia.

Previa inspección de agua vivas, tomamos carrera, clavado perfecto y nadamos sin respirar hasta ya no dar pie. La sal que te cura todo, dice mi abuela, y nada pero sin mojarse el pelo de peluquería.

Febrero, verano, atardecer. Es ritual, podemos volver a la casa solo cuando el último mínimo semicírculo de sol haya desaparecido.

– Canti primero! Yo voy después. – Las peleas y argumentos más insólitos para bañarse primero o después. La música en el jardín, esa radio vieja, eterna. Antes de darnos cuenta, el abuelo tiene el fuego prendido, un whisky en la mano y está salando el asado de tira. Baila y sonríe como nunca en el año.

Las charlas con Nat, mamá y la abuela a la tarde, cuando papá y el abuelo duermen la siesta y, entre mate y mate, poder comprender un poco más de relaciones, de convivencias y del tiempo.

Los consejos y exigencias de mi viejo en el entretiempo del torneo de verano, para ser más inteligente, para ser más fuerte, para ser mejor persona.

Tantos veranos y tantos inviernos de ñoquis caseros con tuco en lo de los abuelos.

Tiempos de cambio. Tiempos y distancias que nos alejan y nos reencuentran pensando distinto. Praderas que se convierten en montañas, algunas difíciles de transitar. Éramos 5, somos 1+1+1+1+1, pero juntos. Esquivamos sombrillas, tropezamos con nuestros pozos y con los de otros.

Y a veces se complica, pero los viejos nos enseñaron a nadar y los abuelos a relajarnos flotando. Y cuando estamos lejos y un poco tristes nos preguntamos, ¿quién nos quita lo bailado? Y sigue sonando esa radio vieja, eterna, vuelve el verano y volvemos a nadar.

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Tres horas en el armario