Tres horas en el armario

Escuché un ruido, me metí en el armario y cerré la puerta. Creo que deberíamos limpiar más seguido este lugar, huele rancio. Ahí la escucho a María que recibe a Anna y ahora caminan hacia la cocina. Me siento en un banquito y pienso en qué voy a inventar acá encerrado. ¿Para evitar cinco minutos de conversación desagradable me meto en el armario? A veces pienso que tengo cinco y no sesenta y cinco.

Hace veintidós días que no tengo un día libre. Trabajo de diez a siete y media de la tarde. Cuatro veces por semana voy al bar con los muchachos y el resto de los días cenamos con María en casa. Hoy es mi día libre y estoy sentado en el armario en calzones, camiseta, medias, pantuflas y con la prensa en el sobaco. Son las diez de la mañana.

Hará unos siete años que atropellé al gato de Anna y cada vez que cruzamos miradas en la vereda, da vuelta la cara y pasa de mí. Viene a casa cuando piensa que no estoy para hablar con María.

  • ¿Está tú marido?

  • No sé, hace un rato que no lo escucho, debe estar sacando a los perros. Jorge! Jorge!

María grita mi nombre hacia el segundo piso desde el primer escalón de la escalera de madera. Pienso que sus cuerdas vocales funcionan muy bien para nuestra edad. Me muero por un cigarrillo pero no respondo.

Hablan cotidianidades hace dos horas cuarenta y cinco. Ahora parece que Anna se va. ¿Qué dice María? Siento que se me contrae el cuerpo, qué frío de repente.

María está hablando sobre lo frustrada que se siente en nuestra relación, está diciendo que hace años se sentía más animada, que no sabía porqué había dejado de hacer todo lo que le gustaba.

Me levanto del banco y contengo unas inmensas ganas de salir por la puerta a reclamarle que tuvo todo, que se queja de llena, que todo lo que hice, trabajé y sudé fue para que estuviéramos siempre bien, que tuviéramos un buen pasar, una casa, una educación para nuestros hijos. ¿Qué pretende de mí? Cuarenta y cinco años dándole solo lo mejor que pude. Quiero salir a reclamarle que no me haya dejado, que no haya propuesto cambios, alternativas, que no se haya movido de lugar, que no me haya expresado. Quiero ir a la cocina y romper frente a las dos toda la vajilla, quiero salir y decirle que yo también estoy mal y que hace años estamos así, sabiendo pero sin decir. Quiero salir del armario y armar las valijas, jubilarme, irme al campo y también permitirle a ella ser feliz, pero me siento de nuevo y me pregunto qué nos pasó y por qué nada cambia.

Previous
Previous

Irrescatable

Next
Next

Volvemos a nadar