Comenzar

Comenzar un viaje siempre me dio pánico. Soy más bien de quedarme en una ciudad por largos períodos de tiempo. Conocer las calles, aprender las formas, adquirir hábitos aunque me cuesten. Los hábitos.

Viví 29 años en Montevideo, van 7 en Barcelona y no he planeado moverme de acá. No tuve un gran amor que forzara mi destino, no ejercí la diplomacia internacional ni me interesó mucho hablar otro idioma que no sea el castellano.

Comenzar a escribir, después de tanto tiempo, después de tanta experiencia, es un vértigo horroroso, una actitud totalmente innecesaria, un tiempo desaprovechado para crear capital y un mal gaste de energía para mi yo anterior que no quería habitar el más mínimo rincón de trascendencia.

Cuanta importancia tiene el rayar la hoja, dejar huella una semiótica; qué alteración del mantenimiento de la nada. Pero es la pura rabia que no se quita con la analista, que no quiere ser parte de unas redes cada vez más transgénicas. Es la muerte que siempre persigue y que traigo a colación para no olvidarme de ella o para de tanto recordarla, disociarla.

Qué trágicas mis palabras, qué poco sentido del humor para comenzar como se debe. Siempre temo olvidarme de algo: el champú, las gafas, las ganas. Comenzar siempre me dio pánico.

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